Tanu es un punto de inflexión, el momento en que la naturaleza decide soltar el día. Su presencia es un rito de paso, una despedida. No anuncia la noche, la acompaña. Es la luz que se consume a sí misma, un sacrificio silencioso para que la luna pueda reclamar su trono.
Tanu es un ente de transición. Su rol no es de dominio, sino de mediación. Representa la naturaleza liminal del ocaso, la zona fronteriza donde las leyes de la luz y la oscuridad se superponen. No es ni de un lado ni del otro, sino la síntesis de ambos. Es la memoria luminosa del sol antes de que todo se vuelva olvido en la oscuridad.
Así, Tanu es el suspiro final del día, el guardián de la frontera, una presencia que no se ve, sino que se siente en la piel, en el aire que cambia de temperatura y en el último destello que se pierde más allá del horizonte. Su existencia es un poema sobre el final de las cosas y el principio de las siguientes.
